ladridos de perros abandonados en esquinas,
esquinas de furcias que ensombran la pared
y paredes de orín que aroman la ciudad.
Vistas de edificios que no dejan ver,
alarmas para ir donde no quieres ir,
llamadas que no te importan
e importancias que dejan de ser.
Comidas cocinadas en hornos quemados,
quemaduras que duelen sin estar,
recuerdos que inspiran una vida pasada
y tiempos que vienen sin querer venir.
Horario que marca el final de la jornada,
caminos que encauzan la vuelta a ningún lugar,
miradas que se pierden entre las faldas de otras
y faldas que muestran sin dejar mirar.
¿Suena una canción de amor?
Es para otros, no es la mía...
¿Para el tren en la estación?
O me harto de esperar o llego tarde,
o lo cojo sin billete, y pronto,
el revisor de mi viaje
me obliga a abandonar.
Tan caro pago el peaje
de no poner precio a cada paso...
Cama que aún siendo blanda es dura
y aún caliente es fría,
y aún pequeña es grande,
y aún con sábanas, vacía.
Luz que se torna oscuridad,
ruido que se convierte en silencio,
gentíos que se vuelven soledad
y recuerdos que se transforman en sueños.
Mano derecha que sólo toca la izquierda,
o alguna otra parte, qué te voy a contar...
si al cantar la melodía del ansia
sólo me alivia el tacto,
antes el tuyo, o el tuyo, o el tuyo, ahora sólo el mío.
Y buenas noches...
Tal vez mañana cambie la historia
y te hable de mañanas ruidosas que entran por la ventana,
ladridos de perros abandonados en esquinas...