
Postrados ante el ventanal
una rezagada luz suspira
el aliento del pasado,
pequeños restos de vida.
Él, que tras el paso de décadas
conserva entre arrugas
el pequeño gran sentir
que emblanquece un alma impura.
Pero la carne ya no es carne,
las palabras no se cruzan por carencia de razón.
Los labios no se unen porque no existe pasión.
Y sus manos temblorosas rozan las manos de ella
mientras ésta se sonroja; le hace sentir bella.
Su mujer, que refleja en el espejo
una flácida mirada
en un cuerpo enamorado,
en él sólo ve el recuerdo de cuando era bien plantada,
de cómo era en el pasado.
- ¿Recuerdas aquel día que tras intentar besarte
acariciaste mi mejilla e intenté declararte
todo lo que en mí sentía?
Ella sonríe...
- Lo recuerdo. Sabía cómo amarte,
cómo tocar tu cuerpo y hacer que temblara.
Lo sabía, es cierto...
Tras cada imagen borrosa
que en él de desvanecía
restaba una brizna de aliento
que lo mataría.
Con voz profunda y ahoga
formula la lejanía
que en palabras se lamenta
de unos sueños que nunca volverían.
- Recuerdas aquel día...
- ¡Cómo vas a recordar aquello!
Si ni siquiera distingo
si el suceso ha sido un sueño
o parte de nuestro cariño.
- Tranquilo amor, tranquilo...
Y recuerdas tú...
- ¡No! Ya nada retengo,
y aunque vivo en el pasado
yace en mí el gran hueco
de no haberte recordado
el día que juraste estar
hasta la muerte a mi lado.
- Y lo cumplo...
Pero viendo tus ojos
como se duermen despacio
mi corazón me hace pensar
que tu jura ha terminado...
El silencio apaga la voz
que entre golpes se desvanece,
a la vez que se presencia
una mano que acontece
el final de su destino,
y guía el único camino
que el hombre puede tomar
hasta tierras del olvido.
Mientras, en la soledad completa,
abraza ya sin fuerzas a su arrugada doncella
que entre llantos le repite:
- ¿Recuerdas cariño? ¿Recuerdas?