jueves, 14 de octubre de 2010

El día extraño


Aquel día me levanté con la pierna izquierda. Sabía que iba a pasar algo que marcaría mi vida desde el principio hasta el final de mis pensamientos.

Llegué al lugar cotidiano, que ya se había convertido en un paseo de rutina... y la vi allí. Mis pasos se detuvieron, y con fuerte arrepentimiento de los pensamientos impuros que había tenido la noche anterior, no me atreví a mirarla a la cara. No era por desprecio ni mucho menos... era vergüenza.

Por un momento se me pasó por la cabeza la idea de cambiar el sentido de mi marcha pero era imposible: tenía obligaciones que cumplir.

Un tenue saludo salió de su boca, y mi única respuesta fue mirarla de reojo, mientras el humo de mi cigarro entorpecía mi vista, saliendo de mis ojos una lágrima provocada. También me atreví a guiñarle un ojo junto con un leve movimiento de mi cabeza.

Por causas desconocidas, ella comprendió la situación que yo estaba sufriendo porque, sin saber la razón, siempre adivinaba mis pensamientos, y eso, para una persona tan introvertida como yo, era una postura peligrosa, y un detalle de su carácter que provocaba una mayor atracción por mi parte.

Nuestros pensamientos se entrecruzaban en el aire telepáticamente, y por ello, no eran necesarias unas palabras tan vacías de significado como de sentimiento.

Aquellos ojos verdes me hicieron sentir sin tener la más remota idea de que era correspondido. Algo me impedía pedirle que compartiera su vida conmigo... posiblemente me sentía inferior a su lado. Pero por un momento conseguí armarme de valor y decirle aquella simple palabra que no conseguía que saliera de mi boca.

Respiré tratando de ahogar mis penas en el humo de aquel cigarro, pero todo cambió de color cuando me cogió de la cintura y, sin razón aparente, me dio un beso en la mejilla izquierda seguido de una sonrisa y un casi inescuchable gemido de placer... como si hubiera estado disfrutando de mi compañía.

Sentí un pequeño escalofrío de rabia por no poder saber si lo que estaba pensando era cierto, al mismo momento de descubrir los límites de mi ser y la sensibilidad de mi alma.

Una vez aspirado el aire puro, noté la diferencia de temperatura entre la atmósfera y su aliento, haciendo volar mi imaginación hasta el punto de sentirme sólo junto a ella. Su brazo seguía rodeándome demostrando la añoranza por mis días de ausencia, provocando en lo más hondo de mi querer la que sería la única herida que el tiempo nunca podrá curar.

Apenas pude balbucear unas palabras por miedo a que el sentido no fuera mejor que el silencio y, sacando fuerzas de flaqueza, la abracé con mi brazo, que en otro momento podría ser potente, pero mi fuerza fue absorbida por su mirada.

La aguja larga del reloj recuperaba su verticalidad dando lugar a nuestra separación temporal: tres horas... eran demasiadas.

Transcurrido el tiempo la busqué para volver a sentir su calor pero, ante la negativa, hundí mis pies en el frío asfalto, convirtiendo mi dolor en rabia.

Y su imagen se desvanecía por culpa de la distancia...

Aquella señal de cariño, que hizo nacer en mí una felicidad momentánea, era sólo amistad mal interpretada por el deseo de tenerla.

La rabia me hizo volver a sentirme fuerte y potente, creyendo que era un semidios. Hubo una pequeña revelación de mis ojos: una lágrima. En aquel momento lloré y supe toda la verdad: soy humano.

No hay comentarios: