jueves, 14 de octubre de 2010

Hasta el final


Postrados ante el ventanal
una rezagada luz suspira
el aliento del pasado,
pequeños restos de vida.
Él, que tras el paso de décadas
conserva entre arrugas
el pequeño gran sentir
que emblanquece un alma impura.

Pero la carne ya no es carne,
las palabras no se cruzan por carencia de razón.
Los labios no se unen porque no existe pasión.

Y sus manos temblorosas rozan las manos de ella
mientras ésta se sonroja; le hace sentir bella.

Su mujer, que refleja en el espejo
una flácida mirada
en un cuerpo enamorado,
en él sólo ve el recuerdo de cuando era bien plantada,
de cómo era en el pasado.

- ¿Recuerdas aquel día que tras intentar besarte
acariciaste mi mejilla e intenté declararte
todo lo que en mí sentía?

Ella sonríe...

- Lo recuerdo. Sabía cómo amarte,
cómo tocar tu cuerpo y hacer que temblara.
Lo sabía, es cierto...

Tras cada imagen borrosa
que en él de desvanecía
restaba una brizna de aliento
que lo mataría.
Con voz profunda y ahoga
formula la lejanía
que en palabras se lamenta
de unos sueños que nunca volverían.

- Recuerdas aquel día...
- ¡Cómo vas a recordar aquello!
Si ni siquiera distingo
si el suceso ha sido un sueño
o parte de nuestro cariño.
- Tranquilo amor, tranquilo...
Y recuerdas tú...
- ¡No! Ya nada retengo,
y aunque vivo en el pasado
yace en mí el gran hueco
de no haberte recordado
el día que juraste estar
hasta la muerte a mi lado.
- Y lo cumplo...
Pero viendo tus ojos
como se duermen despacio
mi corazón me hace pensar
que tu jura ha terminado...

El silencio apaga la voz
que entre golpes se desvanece,
a la vez que se presencia
una mano que acontece
el final de su destino,
y guía el único camino
que el hombre puede tomar
hasta tierras del olvido.

Mientras, en la soledad completa,
abraza ya sin fuerzas a su arrugada doncella
que entre llantos le repite:

- ¿Recuerdas cariño? ¿Recuerdas?

El día extraño


Aquel día me levanté con la pierna izquierda. Sabía que iba a pasar algo que marcaría mi vida desde el principio hasta el final de mis pensamientos.

Llegué al lugar cotidiano, que ya se había convertido en un paseo de rutina... y la vi allí. Mis pasos se detuvieron, y con fuerte arrepentimiento de los pensamientos impuros que había tenido la noche anterior, no me atreví a mirarla a la cara. No era por desprecio ni mucho menos... era vergüenza.

Por un momento se me pasó por la cabeza la idea de cambiar el sentido de mi marcha pero era imposible: tenía obligaciones que cumplir.

Un tenue saludo salió de su boca, y mi única respuesta fue mirarla de reojo, mientras el humo de mi cigarro entorpecía mi vista, saliendo de mis ojos una lágrima provocada. También me atreví a guiñarle un ojo junto con un leve movimiento de mi cabeza.

Por causas desconocidas, ella comprendió la situación que yo estaba sufriendo porque, sin saber la razón, siempre adivinaba mis pensamientos, y eso, para una persona tan introvertida como yo, era una postura peligrosa, y un detalle de su carácter que provocaba una mayor atracción por mi parte.

Nuestros pensamientos se entrecruzaban en el aire telepáticamente, y por ello, no eran necesarias unas palabras tan vacías de significado como de sentimiento.

Aquellos ojos verdes me hicieron sentir sin tener la más remota idea de que era correspondido. Algo me impedía pedirle que compartiera su vida conmigo... posiblemente me sentía inferior a su lado. Pero por un momento conseguí armarme de valor y decirle aquella simple palabra que no conseguía que saliera de mi boca.

Respiré tratando de ahogar mis penas en el humo de aquel cigarro, pero todo cambió de color cuando me cogió de la cintura y, sin razón aparente, me dio un beso en la mejilla izquierda seguido de una sonrisa y un casi inescuchable gemido de placer... como si hubiera estado disfrutando de mi compañía.

Sentí un pequeño escalofrío de rabia por no poder saber si lo que estaba pensando era cierto, al mismo momento de descubrir los límites de mi ser y la sensibilidad de mi alma.

Una vez aspirado el aire puro, noté la diferencia de temperatura entre la atmósfera y su aliento, haciendo volar mi imaginación hasta el punto de sentirme sólo junto a ella. Su brazo seguía rodeándome demostrando la añoranza por mis días de ausencia, provocando en lo más hondo de mi querer la que sería la única herida que el tiempo nunca podrá curar.

Apenas pude balbucear unas palabras por miedo a que el sentido no fuera mejor que el silencio y, sacando fuerzas de flaqueza, la abracé con mi brazo, que en otro momento podría ser potente, pero mi fuerza fue absorbida por su mirada.

La aguja larga del reloj recuperaba su verticalidad dando lugar a nuestra separación temporal: tres horas... eran demasiadas.

Transcurrido el tiempo la busqué para volver a sentir su calor pero, ante la negativa, hundí mis pies en el frío asfalto, convirtiendo mi dolor en rabia.

Y su imagen se desvanecía por culpa de la distancia...

Aquella señal de cariño, que hizo nacer en mí una felicidad momentánea, era sólo amistad mal interpretada por el deseo de tenerla.

La rabia me hizo volver a sentirme fuerte y potente, creyendo que era un semidios. Hubo una pequeña revelación de mis ojos: una lágrima. En aquel momento lloré y supe toda la verdad: soy humano.

viernes, 8 de octubre de 2010

Debió ser un sueño


Soñé con la idea de un momento extraño
donde una princesa galopaba hacia mi reino...
y abrí las puertas de mi castillo aún en ruinas
para ofrecerle el agua de mis lágrimas
todavía presentes, y el pan de mi cuerpo entumecido
por los golpes de otros años.

Soñé con sus pasos intentando dirigirlos
hacia el comedor principal de mi morada.
Allí le ofrecí oro, incienso y mirra,
como si de un dios se tratara.

Soñé que me hablaba de su vida,
y aunque doliera su pasado,
escuché la desdicha de sus tiempos añorados
intentando ser el príncipe
que vive enamorado de una princesa sin vestido, sin joyas y sin carro.

Soñé su presencia abrazando mi torso perdido
que respira fuerte y ahogado,
que se siente fuerte a su lado,
que no se tiene en pie si no siente su calor,
que no planta con valor su postura de erguido.

Soñé que mis criados, señor mente y señor cuerpo,
cuidaban de su caballo:
lo limpiaban, lo acariciaban, le daban de comer...

Soñé que ella dijo: no! así no!
¡quien sos vos para tratarlo!
el corre libre y come lo que quiere,
cuando quiere y aún sin desearlo.

Soñé que montó su corcel enrabiado por el trato,
pues aunque fue cuidado con amor,
sólo quería ser cepillado, que le dieran de comer lo justo,
para sentirse saciado aunque
tal vez no fuera de su gusto

Soñé que galopó hacia el alba,
necesitada de otros campos,
rauda y veloz desapareciendo
entre los rastrojos que quedaron
de intenciones bien armadas de los que eran mis criados.

Soñé que era la princesa de mi sueño
y yo un caballero bien formado,
pero no resultó ser más
que el reflejo del deseo que se oculta bajo mi piel
de encontrar en el camino
una mera señal que me indique mi destino
hacia horizontes lejanos.

Y desperté, y miré por la ventana...
allí no estaba ella,
allí no había caballo,
allí no había castillo,
allí no habían criados.

Y pensé: Otra vez ha sido un sueño...


viernes, 1 de octubre de 2010

El guerrero vencido

Levántate y duerme para caminar soñando.
Levántate y lucha por los cuerpos contrarios
al florecer del tuyo, al florecer del mío!
Al florecer del llanto por saber que te quiero,
y que no me quieres tanto.

Y borracho de rabia...
Y borracho de rabia mis ojos serán ciegos
por no verte tocando mi cuerpo perdido,
porque ya no tengo sueños de vivir enamorado,
de luchar por lo soñado!
Pues sólo sueño con tu cuerpo...
Y no lo tengo aquí a mi lado.

Y como guerrero peleón
que ha sido derrotado
seré vagabundo del alma,
preso del envoltorio,
y condenado a la distancia
que impone el aire del pasado,
que imponen los gritos desesperados
al sentir que te amo,
y no tenerte aquí a mi lado.

Y borracho de rabia... y borracho de amor...

Y borracho de amor sin un duro en la cartera
para llenar el corazón que fue inundado de pasión,
y ahora llora y desespera...

Y tirado en la calle,
y perdido entre nadie,
y ansioso de tu baile rozando mis caderas
haciéndome sentir bueno...
pero escúchame cariño:
Al cielo ya no llego.

Oirás como un susurro
cada noche en tu cama...
seré yo que te grito: Te quiero! te quiero!
Pero no oirás nada por estar demasiado lejos...

Y borracho de amor,
de bebidas descontroladas...
vagabundo de tu mirada
te gritaré te quiero...
te gritará mi alma que estoy derrotado
como guerrero peleón
que ha perdido la batalla...que lo ha perdido todo...

Tan solo mantengo las palabras que surgen del corazón
porque del resto mi amor... ya no me queda nada...

(Siempre para ti)

Idiota

Pues eso... idiota...

Sí, cometí un error! Los detalles no importan.

No sé si es tropezar de nuevo con la misma piedra o es que ya tengo la piedra enganchada a mis zapatos...

Debe ser que el alma no tiene memoria, pero la memoria recuerda sus errores.